La vida no puede ser un simple existir, un estar allí sin más, sin trascendencia. Me niego a creer que el mundo de hoy se mueva a través de fuerzas tenues y vacilantes. Un mundo que tanto da y ofrece debe ser impulsado por una sinergia transformante. Esa energía única que avasalla, que moldea y al mismo tiempo enamora. ¿Dónde está? ¿Quién la tiene? Generación tras generación y desde que el mundo es mundo, siempre se oye decir que tal energía sólo es posible encontrarla en el corazón de una persona joven. Pero… ¿Acaso el mundo espera que sean los jóvenes los que, llevados sólo por su ímpetu, aporten la mayor fuerza en esa transformación de vida? ¿Por qué ellos? Por qué no los niños con su inocencia, o mejor aún los ancianos con su sabiduría, y si no, allí estamos nosotros los adultos que se supone preparados para tal exigencia. No faltará quien asegure que el mundo no necesita nada de los más jóvenes, de aquellos que, concluida una primera etapa en sus vidas, se abren paso a ese mun
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