SER EDUCADOR EN VENEZUELA
Si preguntásemos a cada niño de Venezuela, veinte años atrás, que querría ser de adulto, seguramente tendríamos como respuesta inmediata acompañando a la extraordinaria labor del bombero, siempre a la vanguardia en el sueño infantil, a la del doctor, cuya investidura arropa el corazón de muchos niños, allí, junto a estas dos loables profesiones estaría la de ser docente. Esa realidad ha cambiado en la lúdica infantil en nuestro país, y con mucha razón.
Quién querría ser docente si se recibe un trato poco menos que digno en el ejercicio de su profesión. En ese espacio sagrado llamado aula, subyace en silencio la tristeza de quien ejerce su profesión con hambre, con mucha hambre, enfermo, sin posibilidad de un tratamiento digno (la comida es lo primero), debilitado en su espíritu (con familias separadas y distanciadas) por una diáspora próxima a cruzar el umbral de los 5 millones.
Nuestras condiciones de trabajo han cambiado de forma y de fondo, siendo la fuerza laboral más grande del país, ya no somos noticia por nuestras innovaciones en materia pedagógica, por nuestros aportes a la ciencia o la tecnología, el docente de hoy es trending toping por su calzado deteriorado, por su ropa desgastada, por su nobleza golpeada, por su vocación cuestionada.
Muchos expertos hablan hoy día con insistencia de la llamada esclavitud moderna, lejos estamos de los grilletes y el cepo, hoy día basta sólo una bolsa de comida para marcar a un hombre y a su familia, para hacerlo caer y pedirle con voz fuerte, muy fuerte, propia de las tiranías mas crueles, que se levante en silencio y siga ejerciendo la docencia.
Nuestra mayor fortaleza como docente en la vocación, esa fuerza indescriptible que te lleva hasta en lo más alto en cuanto a satisfacciones se refiere
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