Pienso en todas aquellas personas de edad avanzada que a esta hora, en cualquier rincón del mundo, cierran sus ojos y exhalan por última vez. Pienso en aquellos hombres y mujeres que durante lustros y décadas dieron lo mejor de sí, lucharon en grandes batallas emocionales, espirituales e incluso sociales y que hoy día parten de este mundo en la soledad de un hospital, sin el calor de aquella mano familiar que le acompaña en silencio a su última morada.
Esta pandemia cambiará la vida de muchos, ya lo ha hecho seguramente. Nadie, absolutamente nadie puede imaginar, ni siquiera en las circunstancias más adversas, encontrarse en el ocaso de su vida en un confinamiento, sin poder despedirse de sus seres queridos, sin aquel último beso, sin un adiós, sin sentir la mirada tranquila y calmada del hijo/a diciendo "tranquila/o" mamá o papá, "todo está bien".
Cada ser humano procesa las angustias, los agobios, los miedos de una u otra forma, algunos muestran una fortaleza en tiempos de tormentas o desiertos, otros, quizás no tanto, sin embargo, llegado el momento nadie debería, sin importar el contexto de cómo ha sido el transitar de su vida, sin juicios, sin señalamientos, nadie debería morir en soledad, sin sus seres queridos. Toda mi solidaridad para quienes transiten sus últimos horas de vida en estas circunstancias.
Un momento muy difícil para la humanidad pero sobre todo para quienes están en condiciones de mayor vulnerabilidad
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