El panorama en materia educativa es desolador y trágico. Transitamos peligrosamente en el umbral de la oscuridad académica. El punto de quiebre se ha dado y la realidad golpea con más fuerza nuestros corazones. Maestros suicidándose o en la indigencia es una señal clara e inequívoca de la gravedad del problema y una sociedad carente de empatia dificulta una solución a corto plazo pues para la mayoría el maestro venezolano un ciudadano de segunda, sin protección social, sin derechos laborales o contractuales El agobio y la desesperanza irrumpen con arrogancia y prepotencia en nuestra cotidianidad para decirnos que todo está perdido, que nada se puede hacer. Que nuestra tragedia como sociedad tendremos que aceptarla y convivir irremediablemente con ella.
Aunque parezca difícil de creer muchos venezolanos sentimos eso, y no por gusto, es el peso de la angustia, de la vicisitud, de un día a día que sólo trae malas noticias y en el horizonte, una praxis escolar, irresoluta, vacilante, compleja, con más dudas que certezas se asoma, ya no con los matices propios del quehacer pedagógico, llámese alegría, desafíos, bullicio, retos, la emoción del primer día, el tener nuevos amigos. Todo eso parece tan cercano y al mismo tiempo tan lejano. Es como morir poco a poco y estar plenamente consciente de ello.
La educación en nuestro país está por analogía, como un árbol caído que impide el transitar de sus ciudadanos hacia el conocimiento y por ende, hacia el progreso. Levantar semejante obstáculo, parece tarea imposible para sus protagonistas. Así pues, el estudiante, el alumno, el educando, el discente, centro de atención del quehacer pedagógico, junto a los maestros y representantes, tenemos que asumir una actitud que marque la diferencia en estos tiempos tan convulsos.
No hay recetas mágicas para ello, no hay trucos ni triquiñuelas, no hay atajos ni estratagemas que nos marquen el norte, el maestro tendrá que afrontar esa realidad, por más compleja que sea. No obstante, el representante también tendrá responsabilidades no menores, al igual que el directivo y el supervisor. Cada uno en sus roles estará sólo con su propia consciencia, fortalecido o no con aquellos valores y principios inculcados por abuelos y ancestros de nuestras familias.
Cada quien tendrá que tomar decisiones muy difíciles, trascendentales, muchos tendrán literalmente en sus manos la vida de miles de personas. ¿Qué hacer? siendo una decisión unipersonal sólo queda ponernos en presencia de Dios, pedir sabiduría y discernimiento para que tengamos la claridad suficiente de conducirnos hacia el camino correcto. Ya la historia se encargará de juzgar nuestras acciones.
Siempre se ha dicho que los pequeños detalles hacen la diferencia.
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