Una
sociedad que le da la espalda a la educación tendrá que transitar irremediablemente
el oscuro camino de la ignorancia y sólo le acompañará ese silencio cómplice y ensordecedor
que hoy muchos expresan con frialdad ante aquel que alguna vez les mostró el
sendero de la palabra escrita y les llevó a alcanzar con gloria la cúspide del
conocimiento.
Cuántas
veces ustedes periodistas, empresarios, abogados, ingenieros, arquitectos,
políticos, de pequeños regresaron a su hogar con una sonrisa radiante ante la palabra leída.
Cuántos de ustedes que hoy guardan silencio ante la tragedia de la educación
mostraron de niño esa felicidad suprema e indescriptible al escribir por
primera vez su nombre.
Pienso
en todos aquellos hombres y mujeres que de niños le decían por equivocación mamá
o papá a su maestra o maestro siempre con las sonrisas cómplices de sus
compañeros. Así de grande era el amor por su maestro. Cuántos de ustedes hoy bajan
la mirada ante la indigencia y la mendicidad en el que viven miles de
educadores.
También
me pregunto, por qué tanto silencio, en qué momento nuestra sociedad perdió esa
empatía tan característica de nuestro ADN venezolano. Qué nos pasó. En qué
momento perdimos nuestro norte axiológico. Cómo pudimos permitir que nos quitarán
aquello que más nos representaba.
Si
había algo incuantificable era la generosidad del venezolano, si había algo
inefable sin duda era nuestra solidaridad, si buscamos un sello distintivo e inequívoco
entonces el respeto a los maestros se llevaba los honores. Ahora sólo hay
silencio, un transitar lúgubre hacia la ignominia de quien alguna vez fue
llamado con mucho orgullo MI MAESTRO.
La vida en algún momento nos devolverá a los educadores aquello se nos ha quitado por la fuerza. En el nombre de Dios.
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