La vida no puede ser un simple existir, un estar allí sin más, sin trascendencia. Me niego a creer que el mundo de hoy se mueva a través de fuerzas tenues y vacilantes. Un mundo que tanto da y ofrece debe ser impulsado por una sinergia transformante. Esa energía única que avasalla, que moldea y al mismo tiempo enamora. ¿Dónde está? ¿Quién la tiene? Generación tras generación y desde que el mundo es mundo, siempre se oye decir que tal energía sólo es posible encontrarla en el corazón de una persona joven.
Pero… ¿Acaso el mundo espera que sean los jóvenes los que, llevados sólo por su ímpetu, aporten la mayor fuerza en esa transformación de vida? ¿Por qué ellos? Por qué no los niños con su inocencia, o mejor aún los ancianos con su sabiduría, y si no, allí estamos nosotros los adultos que se supone preparados para tal exigencia. No faltará quien asegure que el mundo no necesita nada de los más jóvenes, de aquellos que, concluida una primera etapa en sus vidas, se abren paso a ese mundo moderno.
Nada más lejos de la realidad, el mundo de hoy, ese mismo que no da tregua ni respiro, ese que te impone exigencias y retos desmedidos, ese mundo ya tiene en la inocencia del niño la energía que nos apacigua, en el adulto la fuerza que nos estimula y en el anciano un haz de luz que nos guía y orienta, pero la vida no podrá abrirse paso si no cuenta con el coraje, el ímpetu, la rebeldía y el atrevimiento que se encuentra presente como una sola fuerza en el corazón de cada uno de los jóvenes.
Hay quienes se atreven a afirmar que es allí, en el corazón inquieto y rebelde de un adolescente donde se puede encontrar una llama de luz tenue llamada esperanza.
Este año escolar que termina hay un adiós en la vida de muchos jóvenes que no puede posponerse y una bienvenida, que desconcierta e intriga que tampoco es posible detener. Así es la vida. De una u otra forma se abre paso.
Es tiempo de partir hacia nuevos horizontes. Para muchos la niñez ha concluido, atrás han quedado travesuras y juegos, sus amigos de hoy no estarán con ellos mañana. Sin embargo, en cada rinconcito de nuestra escuela, su casa de estudios, quedará grabado por siempre los mejores momentos de la infancia. En el morral de los recuerdos, llevan afectos, sentimientos e ilusiones que le acompañarán toda la vida.
Es increíble como esa vida se abre camino con paso firme en quienes tienen ideales y principios, los jóvenes de hoy lo tienen, muchos de ellos inculcados por sus padres y abuelos, reforzados con gran vehemencia por quienes han sido sus formadores en estos últimos años. Quizás los jóvenes no saben mucho de la vida, sin embargo, estoy seguro que podrán asumir algunos compromisos:
Ante una injusticia sus pies darán paso firme hace la verdad, ante una calumnia nuestros jóvenes serán los primeros en mostrar con orgullo de dónde vienen, si en las vicisitudes de la vida el mundo les da la espalda, entonces se levantarán con firmeza manteniendo intacta en cada uno de ellos su dignidad.
Jamás se doblegarán ante la envidia, ni darán tregua a la mentira, y si el odio intenta abrirse espacio en sus vidas entonces lo combatirán con la fuerza del amor. Cuando el diálogo se haya perdido en su entorno se convertirán en puente que comunica.
Sus familias serán lo primero y serán ellos mismos quienes pongan límites a su libertad. Jamás permitirán que terceros apaguen su fe, ni que una nube de soberbia les impida mostrar al mundo sus talentos. Siempre se mirarán en el espejo de la generosidad para que se reflejen en sus acciones del día a día las virtudes de sus almas y aunque el tiempo los consuma en avatares y exigencias, sabrán detenerse un instante para contemplar lo maravilloso que es sembrar en el jardín de la vida las flores de la amistad.
El último timbre está por sonar, un cielo nuevo y una tierra nueva en sus vidas sólo será posible con la práctica diaria de los valores que hacen de un buen ser humano una mejor persona y de una gran persona un ser extraordinario.
Profe Kike
en el contexto educativo el último timbre sin lugar a dudas tiene una connotación muy relevante.
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