El educador en su praxis profesional debe ir en sintonía con los tiempos modernos, más aún, cuando se trata de alguna herramienta que desde lo pedagógico pudiera ser utilidad. La inteligencia emocional, es una de ellas pues en los últimos años se a posicionado con mucha fuerza en los diferentes campos del saber. Se dio a conocer a principios del nuevo milenio como la capacidad que tenemos los seres humanos de comprender nuestras emociones y de tener un control sobre ellas y en circunstancias especiales ser capaz de modificarlas para nuestro propio beneficio.
Cualquiera pudiera afirmar sin miedo a equivocarse que una persona inteligente es aquella capaz de gestionar sus emociones en el contexto que fuere para su propio beneficio. Empatia, motivación y liderazgo pudieran ser tres rasgos distintivos de una persona excepcionalmente estable, quizás no en ese orden, pero indiscutiblemente son habilidades que toda persona debería procurar su desarrollo para beneficiarse en su rol social e incluso espiritual.
Hoy día, para cualquiera sin importar su nivel socio-cultural o formación académica necesita la transformación de ese entorno inmediato para crecer como personas. Se puede hacer partiendo de la introspección, vale decir, debemos observar nuestro mundo interior, nuestros estados de animo, eso sí, paso a paso, un día a la vez, sin prisas pero sin pausas ya que en los últimos años en lugar de mostrarnos empáticos, motivados y pro-activos hemos desarrollado de manera alarmante la antítesis de estas habilidades, vale decir: apatía, desmotivación y falta de liderazgo (subordianción, acatamiento) lo que refleja sin duda una enorme dificultad para lograr el crecimiento como sociedad.
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