Las sociedades están bajo el asedio de la droga, la prostitución, la corrupción, el abuso de poder, el maltrato, la mentira, el engaño, la manipulación. Es una tragedia dantesca lo que hoy se vive en el mundo. La violencia muestra con total impunidad todos sus rostros y es que los hechos recientes en Ucrania sólo reflejan la miseria de nuestra actualidad. Esto no es en un país en particular, es a nivel planetario.
Oscurantismo en todos los ámbitos: educativo, social, político, moral, espiritual. Tanto se ha dicho en estos tiempos de pandemia sobre la necesidad del ser humano de cambiar el curso de su propia historia, su propia destrucción. Merecemos una segunda oportunidad, decían algunos ante los fallecidos por el covid-19. Otros, más cautos, invitaban a reflexionar en confinamiento sanitario y permitir con ello ese crecimiento como personas con impacto en la sociedad en que vivimos. Nada más lejos de la realidad.
Son tiempos en donde lo peor del ser humano crece como monte, es la maleza que arropa al mundo moderno quitando los nutrientes de la planta que da buen fruto: los valores. Somos una sombra de mundo ¿sorprende? No, para nada, en todos los siglos han existido guerras cruentas, en todos ellos subyace con amplitud la violencia como protagonista. ¿Qué nos diferencia de aquellos tiempos tan convulsos y violentos? Todo parece apuntar hacia la intensidad e intencionalidad de las acciones del ser humano de hoy.
No nos conformamos con poco, hay implícitamente una “necesidad” de destruir al otro. No satisface el simple sufrimiento, “pequeñas tragedias”. El hombre de hoy quiere más, requiere la destrucción total de su prójimo. Es una aberración, ciertamente, pero es lo que las sociedades reflejan día a día en su accionar.
En los días que están por venir si no volvemos la mirada a Dios difícilmente la humanidad podrá generar un cambio en su destino. Transitamos irremediablemente hacia nuestra propia destrucción.
Comentarios
Publicar un comentario