Muchos decidimos transitar el camino de la docencia por el ejemplo que dentro de la familia hay en la praxis de esta hermosa profesión. En mi caso, una familia de docentes, de todos ellos, dos en especial (Yuyo y Tía Aleyda) quienes sin saberlo sembraron en mi corazón la semilla de la docencia. No fueron sus palabras, sino sus acciones la que transformaron mi vida y me enseñaron desde pequeño que todo trabajo es digno. El que trabaja en la vigilancia, que con su esfuerzo cuida y protege familias, bienes o recursos, la mujer que, anteponiendo su propia salud, plancha y lava para llevar un plato de comida a casa, el que vende sus frutas en la esquina que, sin importar cuanto sol o lluvia reciba, asume gallardamente su compromiso laboral; pero también el bombero salvando vidas, el ingeniero diseñando puentes, el arquitecto construyendo sueños, todos desde su esfuerzo, en su entorno, hacen su trabajo con mucha dignidad.
Ahora bien, desde mi adultez me cuestiono, ¿y el docente? cómo está hoy día la dignidad de quien tiene la enorme responsabilidad de formar a toda una sociedad, cómo visualiza el docente venezolano su propia dignidad. La respuesta quiebra el alma y destruye con atrocidad lo que por muchos años se construyó. Estamos en punto de quiebre, no es un detalle menor que el profesional encargado de formar no sólo desde lo académico, lo social o lo cultural a las futuras generaciones de la sociedad venezolana esté en una situación de extrema angustia, de un agobio contante, de una lucha muy desigual, sus derechos constitucionales laborales, contractuales y de seguridad social no están garantizados y peor aún, violentados en el día a día ante la mirada fria y distante de una sociedad que le ha dado la espalda. El maestro está y se siente sólo para enfrentar injusticias no sólo desde lo contractual, pero también desde lo social e incluso desde lo humano.
La acepción de “dignidad” es muy clara, se refiere al reconocimiento de que, cada persona, cada ser humano, merece lo mejor. Esto no sucede con el docente. Su dignidad ha sido por mucho vilipendiada, abusada, ultrajada y lo peor, esto se ha llevado a cabo en el silencio más ensordecedor que se tenga registro en la historia del magisterio venezolano. El opresor no tuviese tanto poder si no contara desde adentro, desde la escuela misma con la complicidad de algunos de los oprimidos. Vamos a clases con el estómago vacío, y muchos desde adentro, desde ese mismo espacio sagrado del ejercicio docente llamado escuela, se vuelven complices y corresponsables de esta atrocidad pues exigen que lo sigamos haciendo, por aquello del “interés superior del niño”. Que llegamos a las escuelas, colegios y liceos a pie, y la respuesta una vez más, desde adentro, desde aquel que también sufre y padece, es ponerse del lado del opresor, señalando sin ningún estupor que lo veamos como algo “muy divertido”. Que nuestra vestimenta o nuestro calzado están muy deteriorados, y como en los casos anteriores sólo se escucha un “todos tenemos problemas”. Lo que suceda en los próximos días con el magisterio venezolano es un secreto a voces, todos sabemos lo que sucederá, sólo es cuestión de tiempo. Hay un límite para el amor apreciado docente, se llama Dignidad.
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